Idolatrías: ser a través de otro

Isabel Sanfeliu
Clínica y Análisis Grupal Nº87 
Agosto/Diciembre 2001Vol. 23 (2) 


    Tan sólo algunas impresiones ante los recientes desafíos a la razón:
    ¿Qué significa ser hombre? Hace muchos milenios, en un planeta de tamaño medio de un remoto sistema solar situado en un brazo de La Galaxia, una especie inteligente luchaba por sobrevivir. Seres que llevaban el pretencioso nombre de Homo sapiens, entraron en Europa y se extendieron por todos los rincones habitables del Viejo Mundo. Björn Kurtén plasma en su Danza del tigre (1) un encuentro fantástico entre neandertales –los que estaban- y cromañones –los que vinieron-; los primeros desplegaron amabilidad y compasión con Tigre, protagonista del relato, herido por una tribu extraña.
    Tigre conocía la violencia del desafío hombre a hombre sin armas, la supervivencia evitando inútiles derramamientos de sangre, pero hasta la llegada de Megaceros no había contemplado el lanzamiento deliberado de una azagaya contra el cuerpo de otro ser humano, ¡quién podía pensar en la caza de hombres! Neandertales, gente bajita, torpe, fornida, cuyo idioma lento y ritual contrastaba con la “lengua de los pájaros” característica de los hábiles cromañones, única especie que se comunica a través de símbolos y se muestra capaz de crueldad. Arsuaga termina el prólogo a la Danza del tigre recordando que las primeras especies que nosotros extinguimos fueron los otros humanos “y no hemos parado desde entonces”, aventura, preguntándose si no nos hubiera ido mejor si hubieran sido los neandertales los ganadores.
    La historia se repite o lo parece... ¿hasta dónde?
    Prometeo roba el fuego y ese acto le convierte para unos en símbolo de la inteligencia revolucionaria y para otros, como Lévy-Strauss, en origen del profundo malestar creado por la ruptura del hombre con el mundo natural. ¡Hasta el bienintencionado antropólogo acaba sojuzgando técnica y  psicológicamente al pueblo primitivo que pretende estudiar! ¿Culminará la antropología, como él apunta (2), en ciencia de la entropía creciente, en la ciencia de la extinción? Este autor contempla a la civilización sumida en masacres y devastaciones que la arrastran indefectiblemente a su ocaso, es el fracaso del hombre. Pulsión de apoderamiento: vida y muerte, principio y fin, necesaria en el origen y causa de aniquilación. Pero el fuego de Prometeo también sostiene lo creativo; para Lorenz el hombre es un ser inacabado que mantiene su curiosidad más allá de la fase infantil. También al hombre se le ha llamado desde Bolk neotene, perpetuo adolescente, proyecto inacabado, raíz misma de su grandeza y su miseria. Fuego, curiosidad, fantasía, reflexión, nos han alimentado empujándonos a crecer ¡y mucho! A pesar de ello, sigue siendo utópico un avance que no arrase el terreno de otros, habilidad al alcance de individualidades, pero todavía no exportable a los grandes grupos quienes para identificarse magnifican ideales, alcanzar ser en la medida en que el adversario existe. El sujeto acepta desde su más tierna infancia el criterio de autoridad y se somete al mismo, el gregarismo es característico del hombre, cierto, pero las muchedumbres, dominadas por lo  inconsciente, destruyen; delegan la razón en sus líderes a los que y de los que se alimentan y en su regresión alcanzan sin gradaciones la espontaneidad, violencia, ferocidad, entusiasmo y heroísmo primitivos.
    El bien y el mal, fuerzas benefactoras contra el imperio demoníaco, atroz simplificación tan sólo lícita en la más tierna infancia, digitalización que asola matices analógicos. En torno a ello se entrelazaban mis ideas al defender, no hace mucho, que tras la diádica envidia siempre trajina un tercero (3). El malvado chivo expiatorio en el que se concentran todos los desprecios frente al mártir venerado sin mácula, Caín y Abel iniciando una larga sucesión de mitos que nunca podrán abandonar el espacio imaginario. Odio, envidia y rivalidad que ya hacían danzar a Tigre y Megaceros hace treinta mil años en la novela de Kurtén. Cierto que el tiempo transcurrido desde entonces es ínfimo si partimos del origen de la vida, del “átomo ingenuo” intuido por Demócrito (4) que nos recuerda que a la tierra se le supone una edad de tres mil novecientos millones de años. Pero ciertos aspectos de la evolución avanzan en disarmonía con otros, sabemos menos del centro de la tierra que de otros objetos astronómicos, ¿resulta más alcanzable al hombre la lejana galaxia que su bullir pulsional? Compartir... ¡qué arduo aprendizaje! Arrebatamos al otro la razón con la misma fiereza con que el pequeño se adueña del juguete ajeno. El niño necesita “poseer” para construirse, a los adultos nos mueve el miedo o la ambición.
    No hay dos sin tres aplicado aquí no al número de ocasiones sino al de contendientes, como se ve en la envidia. Pero entre los contrincantes de nuestra historia más actual no detectamos tanto envidia como la autocomplacencia narcisista en cada uno de ellos, poseedores de la Verdad. Los dos protagonistas claman cada uno por su lado “conmigo o contra mí” y parece que, como en la paradoja esquizofrenogénica, no hay modo de situarse más allá de su lógica. Uno enarbola la legítima defensa respaldada por el poder económico, el otro multiplica su fuerza desmesuradamente con “mártires” que actúan más allá de toda lógica, más allá de la vida. Si traemos aquí al tercero a colación, es tratando de adivinar el papel que juegan los otros beligerantes que quizá anhelarían un papel menos estelar en esta obra. Pero no se nos escape que un emergente aflora en el grupo tan sólo cuando el entorno lo permite, es preciso un escenario provocador y receptivo que posibilite una acción. El complejo mapa político mundial impone un tablero, ahora dos jugadores acaparan la iniciativa.
    Otra perspectiva para contemplar al tercero es la que defienden con tanto énfasis como impotencia organizaciones de derechos humanos: la población civil sin distinción de color de piel, comunidades sin voz para decidir su destino, famosos colaterales en los que acaban por desembocar los castigos ejemplares (de unos y otros) y las consecuencias de la legítima defensa (en ambos costados); el orden universal está en manos de unos (muy) pocos. Homo capaz generar y gozar lo más sublime que se ve incompetente para frenar la sinrazón.
    Credulidad o escepticismo. Encontramos mesías seculares en cualquier época y cultura, Oriente y Occidente cuentan en su historia con visionarios y profetas instrumentados por un orden social que ansía perpetuarse. Las religiones coparon antaño a estos dioses disfrazados ahora, en ocasiones, de avances científicos; en ellos se depositan las aspiraciones, por ellos el hombre se somete a leyes y obtiene una imagen de sí mismo a través de la pertenencia al clan. A veces la relación con el adalid no depende tanto de imaginarios como de vicisitudes a las que el grupo ha de hacer frente en el exterior. Ante una amenaza la multitud es rotunda, no alberga dudas, las gradaciones, la vital ambivalencia y el diálogo sucumben, entonces el escéptico se aísla y esteriliza mientras el creyente se fusiona y anula.
    El narcisismo de las pequeñas diferencias acude en auxilio de quebradas identidades. De un lado para paliar el oceánico sentimiento de soledad (al que puede conducir el avasallamiento tecnológico), del otro frente a la soledad no alcanzada (barrida desde el fanatismo del poder religioso que se apodera del sujeto antes de que este alcance a serlo). El vacío interior impele a gritar a un afuera que tampoco escucha, ¡mundo de sordos! Parece una mala caricatura de lo confusional (5) anclado todavía en la idealización, sin adentro ni afuera consistentes que pudieran ensayar cierta objetividad. Lo indiscriminado se balancea entre lo biológico y lo psíquico, las multitudes piden ilusiones, no verdades. Las masas se explican a través de una psicología muy específica como ya se vio muchos años ha en Le Bon y Freud.
    El hambre de lo trascendente hizo voraz al humano, no vale la pena nombrar intérpretes de la última mascarada que están en la mente de todos, porque cada corte que realizáramos en la terca historia traería otros tantos protagonistas e impostores, no es eso lo que nos posibilitará romper la compulsiva repetición. Como clínicos confiamos en el análisis para rescatar al sujeto de la rigidez neurótica, reconocer los cimientos que sustentan este litigio que ignora cualquier tipo de frontera y los antecedentes que lo desencadenan, no evitará la violencia, pero al menos podremos imaginar restringirla. La cultura inserta en la realidad es renuncia relativa a la pulsión, frustración y equilibrio inestable entre lo primigenio y lo social.
    Se ensaya relegar la incertidumbre del momento actual a un mal sueño, para no detener a lo cotidiano que marca el ritmo vital. El ser humano se aferra a su conquistada capacidad de reflexión y al no perdido potencial de asombro, por eso quizá nos sumamos desde aquí a los inmensos ríos de tinta a Los que este horror ha dado lugar. La sensación de impotencia y perplejidad parecería amortiguarse al ser compartida, en un autoengaño que no sabemos a dónde conduce. Al menos, nos queda la palabra...

Citas:
1. Plot ediciones, 2001. Kurtén, catedrático de paleontología, la publicó originalmente en sueco.
2. Lévy-Strauss, Mitológicas (vol.4)
3. I. Sanfeliu: “La envidia nunca es cosa de dos”, en Más allá de la envidia, N. Caparrós (ed.), Madrid, Biblioteca Nueva, 2000.
4. E investigado por Nicolás Caparrós en la obra que está elaborando en torno a los niveles de integración, donde contempla la evolución de lo más simple a lo más complejo, tratando de descubrir cierto orden en el proceso que produce estas transformaciones.
5. Referencia a los núcleos básicos de la personalidad planteados por N. Caparrós en el modelo analítico vincular.



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